Álvaro Cervantes: "El desamor es doloroso, pero sirve para aprender a querer mejor"

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El desamor «duele, pero cura si enseña a entenderse y a querer mejor». Lo cuenta Álvaro Cervantes (Barcelona, 1989), que acaba de sumergirse en sus abismos como uno de los protagonistas de Esmorza amb mi (Desayuna conmigo), una película que cruza cuatro vidas suspendidas en el limbo entre el amor que muere y el que -quizá- llegue a nacer. La cosa es hacerle sitio.
- ¿Se puede romper sin odiar?
- Se puede diseccionar la herida para comprender de dónde viene e intentar que la próxima relación sea más sana. El desamor forma parte de ese aprendizaje.
- ¿Cuál es el secreto para ser menos tóxico en pareja?
- Lo primero es mirarse a uno mismo y dejar de pensar que la responsabilidad de todo la tiene el otro. Hacer un chequeo, reflexionar sobre la manera en la que reaccionas al comportamiento del otro, sobre los automatismos que tienes... para poder cambiarlos.
- Dejar de defenderse, entonces.
- Preguntarte cómo haces las cosas, por qué y para qué... Intentar evitar comportamientos reactivos que al final solo acaban dañándote a ti mismo.
- ¿Crees que las nuevas generaciones quieren mejor?
- Quizá están más cerca del trabajo sobre sí mismos que hace falta, un trabajo terapéutico si quieres llamarlo así. Los temas de la salud mental y la terapia han dejado de ser tabú para esas nuevas generaciones y se han integrado de manera muy natural en sus vidas como forma de conseguir herramientas para un mundo que hoy es muy convulso, muy agitado. Y también en muchos momentos demasiado individualista.
- La película coloca el desayuno como el gran desafío para la intimidad en una pareja.
- El desayuno es el comienzo del día, un momento en el que se ve al otro con más claridad.
- Con la luz del día todos somos más reales, claro.
- Puede ser que ese momento no anticipe nada, pero desayunar juntos supone una voluntad de compartir un poco más, por lo menos el primer plan del día.
- Tu personaje, Iván, tiene una relación con una persona que está en silla de ruedas. En la anterior película tu pareja era sorda. ¿Se habla poco de discapacidad en el cine?
- Creo que aún falta espacio para voces que conozcan a fondo esas situaciones porque las estén viviendo y sepan contarlas. Vivimos en una sociedad capacitista y nuestra industria también lo es. Queda aún mucho trabajo en este sentido y esto de abrir la mirada a otras historias es una riqueza que no puede desperdiciarse.
- ¿El cine ha ganado en diversidad?
- Claro que sí, en los últimos años hemos asistido, por ejemplo, al auge de muchas directoras, eso ha sido un triunfo para el cine español. Es bueno que la industria se abra e integre a toda la sociedad.
- Dices que vivimos en una sociedad capacitista. ¿Cómo te has dado cuenta tú personalmente?
- Pues para empezar, antes de hacer la película Sorda yo no conocía esa palabra. Eso ya es una señal: poder permitirme no conocer una palabra que describe exactamente la situación de privilegio absoluto en la que vivo, el hecho de no reparar en lo que significan otras realidades.
- ¿Somos una sociedad poco empática?
- La empatía forma parte del ser humano, pero para ponerla en práctica lo primero que hay que tener es información. A partir de la información se puede establecer una conciencia sobre las cosas. Además de políticas de visibilización se necesita curiosidad, y esa curiosidad existe, yo la he visto en el reflejo del público de la película. Aunque muchas veces en el día a día no te planteas la experiencia de otros.
- Sorda habla de una maternidad mucho más compleja de lo que ya es de por sí.
- Los miedos de una madre o un padre con una discapacidad son mayores aún. De hecho, la película surge de un corto previo para el que la directora, Eva Libertad, le pidió a su hermana, Miriam Garlo, una lista de miedos que le surgieron cuando se planteaba ser madre sorda en un mundo de oyentes.
- ¿Fue difícil interpretar con el lenguaje de signos?
- Yo lo que no quería es aprenderlo solo para recitar unas líneas de guion, quería ser capaz de improvisar, comunicarme con las personas sordas que fuera conociendo. Tuve mucha suerte con los profesores, y conseguí un nivel para poder estar tranquilo en la piel de este personaje que ha creado un universo propio con su pareja donde se entienden muy bien pese a las dificultades... hasta que la llegada del bebé rompe esa burbuja. La historia pone de manifiesto muchas cosas que pasan en una pareja, también en las que no tienen hijos. Por mucha conexión que sientan dos personas siempre hay un recoveco del otro al que no vas a acceder nunca. Y tiene que ser así. Está bien que sea así.
- Lo malo es que eso crea frustración.
- Y no sólo en el ámbito del amor, también en la relación con los padres o los amigos...
- Hablando de amistad, lo último que has rodado es una película sobre la amistad masculina. ¿En qué se diferencia de la que hay entre mujeres?
- Siempre se dice, y es verdad, que los hombres tenemos tendencia a reprimir más los sentimientos y las muestras de cariño, a hacerlas menos explícitas. A mí me gusta formar parte de una historia como esta por la posibilidad de crear nuevos referentes, de encarnar a alguien sin miedo a mostrarse como es y no con la cara que le enseña al mundo: es ahí donde realmente se establecen los vínculos de amistad. Lo otro es estar fingiendo.
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